jueves, 21 de marzo de 2019

LA IMPORTANCIA CONSTRUCTIVA DE LA POSADA DE LIBRILLA



         Tras recientes trabajos realizados por investigadores de la Universidad Politécnica de Cartagena, se pone de relieve la importancia constructiva de la Posada de Librilla.

Rosario Baños Oliver - Francisco Segado Vázquez- Juan Carlos Molina Gaitán

Las posadas como patrimonio arquitectónico: el ejemplo de la Casa de Postas de Librilla (Murcia)
      Gracias al Expediente sobre la construcción del Nuevo Mesón de Librilla, facilitado por el Archivo de Medina Sidonia se ha podido conocer la fecha de construcción de este establecimiento así como quiénes fueron sus maestros de obras y arquitectos, datos, hasta ahora, desconocidos. Se trata de la correspondencia realizada entre el administrador de los Vélez, Salvador Carrasco Méndez, y don José María Álvarez de Toledo y Gonzaga, producida entre 1765 y 1779, donde se da cuenta de la construcción de la Casa de Postas de Librilla, detallando la adquisición del terreno, etapas y coste de las obras, así como los materiales necesarios para llevarlas a cabo.
         El año 1765 fue en el que se proyectó la construcción de un nuevo Mesón en la Villa de Librilla. Sin embargo, no fue hasta un año después cuando el marqués de los Vélez adquirió, por 1.102 reales de vellón, un bancal junto al propiedad de Alonso Martínez, vecino de Librilla, que lindaba por el norte con el Camino Real de Murcia, por Levante con tierras de Joaquín García Gil, por el medio día con otras de Pedro Romero y por Poniente con la acequia principal. Una vez se efectuó la compra, el administrador del estado de los Vélez aconsejó al marqués que el nuevo establecimiento debía tener, además de puerta principal, otras dos que abrieran hacia el Camino Real, una para los carruajes que venían de Murcia y otra para los que salieran hacia Andalucía; así los viajeros que procedían de Andalucía entraban por una y salían hacia Murcia por la otra. También afirmó que sería suficiente con disponer de seis u ocho cuartos para huéspedes y otros tres para el uso del mesonero, aunque serían imprescindibles el mayor número posible de pesebres, los cuales sugirió colocar en una banda, separados de las cocheras mediante unos arcos. Asimismo habló al duque de la necesidad de disponer de un aljibe donde almacenar agua.
         Una vez comprado el terreno, se efectuaron los primeros planos del nuevo mesón, que constaba de puertas para los carruajes, zaguán de acceso, cocina, cuarto y despensa para el mesonero y escalera para subir a su dormitorio, cuarto para encerrar los bagajes, un patio, una cuadra con 224 pesebres, un dormitorio para los mozos de la posada y escalera para el pajar. El edificio principal disponía de una escalera, comedor, nueve dormitorios y quince camas en total. Una vez llevados a cabo los prime-ros planos, se constató que lo ideal era adquirir una nueva porción de tierra junto al Camino Real, denominada por la letra B, a cambio de otra, A, de manera que la parcela quedara con unas dimensiones más rectangulares. Por ese motivo, en abril de 1767 se efectuó la escritura de cambio con don Joaquín García Gil, vecino de Librilla, de una porción de terreno donde se iba a construir la nueva casa mesón.
       Se hicieron nuevos planos sobre la parcela resultante del cambio. Por el texto, los planos los debía hacer algún arquitecto de confianza del marqués de los Vélez aunque, posteriormente, fueron revisados por don Joseph de los Corrales, arquitecto y vecino de Murcia, quien tuvo algunos reparos en su disposición, como en el tamaño de algunas de las estancias proyectadas, luces, a su juicio, excesivas ya que para cubrirlas no era fácil encontrar maderas de esa longitud en la zona; o los 143 pesebres proyectados, número escaso e insuficiente. Tras realizar las modificaciones sugeridas por el arquitecto murciano, el marqués de los Vélez envió nuevos planos a Joseph de los Corrales para que, de nuevo, los revisase. De los Corrales, tras el visto bueno, envió a don José María Álvarez de Toledo y Gonzaga, la cantidad de madera que era necesaria para comenzar la obra de la casa mesón de Librilla, a fin de que este otorgase licencia para su corte.
       Según el administrador del estado de los Vélez, don Salvador Carrasco Méndez, las obras del nuevo mesón de Librilla comenzaron el 2 de septiembre de 1768. La construcción de sus cimientos no tuvo lugar hasta marzo del año siguiente. Asimismo, Carrasco Méndez notificó al mar-qués de los Vélez que el director de las obras, Joseph de los Corrales, quería que, en lugar de en ladrillo como estaba proyectado, las esquinas y los quicios de las puertas fueran de sillería para que pudieran resistir los golpes de la entrada y salida de los carruajes. A este cambio el marqués dio el visto bueno.
         En julio de 1769 el administrador don Diego de Benavente visitó las obras de la nueva posada de Librilla. Este notificó al marqués que dichas obras se estaban haciendo para que los pasajeros que visitaran la posada encontraran en ella la mayor comodidad, saliendo de las reglas comunes que hasta el momento se habían observado en tales edificios que únicamente atendían «a la utilidad, y sin ningún modo al abrigo, decencia y comodidad de los que por necesidad se alojan en ellos».
         En mayo de 1774 se pararon las obras del mesón de Librilla, según el administrador Fernando de Torres, por su elevado coste. Estas se reanudaron en septiembre de 1774, momento en el que fue nombrado Juan Moreno del Campo como maestro general para finalizar las obras principales y dirigir las sucesivas en Librilla así como el estado de los Vélez y otros estados, relegando de su cargo al arquitecto Joseph de los Corrales y Ruiz.
         En enero 1777 don Salvador Carrasco expuso al marqués que, según dictamen de Juan Moreno del Campo, eran necesarios, para la conclusión del mesón de Librilla, 68 mil reales poco más o menos, según los planos que se remitieron el año anterior. Durante ese año el maestro alarife Juan Moreno del Campo estuvo sugiriendo al marqués una serie de cambios con el fin de mejorar la distribución y sacar un mayor aprovechamiento de la hospedería, como hacer las cuadras más grandes y las cocheras más pequeñas y dotarla de un mayor número de pesebres. Por ese motivo, se volvieron a modificar los planos. Así, en octubre de ese mismo año, el marqués de Villafranca envió al administrador de los Vélez un nuevo plano conformado por don Pedro Arnal. Este último era un afamado arquitecto y dibujante madrileño, académico de mérito en la Academia de San Fernando en 1767, director de arquitectura en la Academia de San Fernando en 1786 y director general de la misma en 1801, cargo que ocupó hasta poco antes de su muerte, en 1805.
         Los maestros de obras durante los años de construcción de la casa de postas de Librilla fueron varios. Los primeros años la obra estuvo a cargo de Pedro de San Agustín quien, a su muerte en 1774, fue sustituido por Juan Moreno del Campo, residente en Vélez Rubio. Tras el fallecimiento de este en octubre de 1777, dirigió las obras su hijo Joseph Moreno, quien viajó hasta Librilla para hacerse cargo por solo ocho reales de jornal diarios. No tardó en reclamarle al marqués de los Vélez los diez reales diarios que le pagaban a su padre, algo a lo que el marqués dio su consentimiento. No obstante, en 1779, tomó el mando don Juan Morata, maestro de obras y vecino de Lorca.
      Las obras terminaron en 1779 aunque se desconoce el mes exacto. Según testimonio del administrador don Salvador Carrasco Méndez, el 22 de julio de 1779 se había suspendido la obra de la casa mesón y únicamente continuaban el maestro y los oficiales de carpintería en la fabricación de las ventanas. En 1778 el coste de las mismas ascendía a 125.337 reales de vellón.
En cuanto a su arrendamiento, se conoce que fue subastado públicamente «un mesón nuevo extramuros de esta población por tiempo de cuatro años» y que finalmente correspondió a Pedro Díaz, antiguo arrendatario del viejo mesón, por 3.400 reales de vellón anuales, según escritura fechada el 24 de enero de 1784. La cantidad era casi tres veces superior a la que recibía por el viejo mesón.
        Poco después, el duque de Alba construyó una almazara en el ala oeste de la posada, que fue arrendada en febrero de 1784 por 2.750 reales anuales. En 1791 se arrendaron tanto la posada como la almazara por 6.000 reales anuales y cuatro años más tarde Julián Almagro se hacía con los comúnmente conocidos como «molinos de Extramuros o del Mesón» por la cantidad de 8.000 reales anuales. El incremento del precio del arrendamiento hace ver la importancia que tenía en ese momento la posada y la almazara, sobre todo esta última, la cual estuvo en funciona-miento hasta la Guerra Civil.

Baños-Oliver, R., Segado-Vázquez, F., & Molina-Gaitán, J. C. (2018). Las posadas como patrimonio arquitectónico: el ejemplo de la Casa de Postas de Librilla (Murcia).

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